El jugador de Liga es un soñador y se aferra a su ilusión pese a las inclemencias. En otros tiempos, no tan lejanos había jugadores rentados en nuestras ligas, eran una élite que tenía el privilegio de jugar en clubes que tenían apoyo (principalmente estatal) y se aventuraban a proyectos que pretendían acceder a un protagonismo en torneos nacionales que nunca llegaron a buen puerto. Hoy esos casos ya no existen, las pocas instituciones que pueden solventar ese tipo de gastos lo dedica a la participación de torneos federales. En ocasiones, cuando estos equipos ya no tienen actividad a nivel de Consejo Federal permiten que algunos de esos jugadores "bajen" a las canchas de nuestra zona. Salvo estas excepciones hay mucho de sacrificio para jugar los fines de semana en la liga. La gran mayoría tiene que hacer peripecias durante la semana para entrenar en los tiempos que le quedan mientras se ganan la vida. Tanto jugadores como cuerpos técnicos, tratan de ver en qué horario les es más fácil juntar a la mayoría del grupo, que por trabajo y/o estudio se ven limitados. Así, algunos se despiertan a las 5 para ir a entrenar a las 6 de la mañana para luego ir a su labor diaria. La mayoría entrena por la noche, luego de extensas jornadas de trabajo (o estudio) y luego regresan en bici o a pie. Las anécdotas se multiplican, alguna vez unos hermanos de Eucalipto Blanco por ejemplo, estaban jugando un gran partido ante Centenario y en el entretiempo tuvieron que ser cambiados porque llegaban tarde al trabajo, el equipo del barrio Limay sintió las bajas y finalizó derrotado.
Estos sacrificios, se aminoran cuando el equipo va bien, cuando acompañan los resultados y la división en la que se está jugando es protagonista; o cuando se juega ante un rival que entusiasma (hay muchos clásicos pero además, hay camadas que crean rivalidades con equipos con los que se enfrentan seguido y eso varía según cada división). Un ejemplo de estas rivalidades se da entre las chicas de Petrolero y Confluencia, que torneo a torneo, las tiene como protagonistas y se generó un historial que ante cada choque se produce una ambiente propio de un clásico.
Sin embargo, también existen momentos en los que los resultados no acompañan y los entrenamientos reflejan en sus ausencias, esta desmotivación. Pero no hay nada que un triunfo no pueda cambiar. El entusiasmo colectivo todo lo puede. Porque más allá, de la cuestión deportiva, el fútbol es la excusa perfecta para estar con otros, el compañero de equipo que por 90 minutos es más que un colega porque allí dentro de la cancha se construye una hermandad, un lazo que genera un contrato colectivo, un pacto que te obliga a dejar todo. Y por ese pacto, es que se vuelve, es que se sacrifican momentos de descanso y de familia. Así se disfrutan los viajes por más lejanos que sean, se juega en canchas sintéticas, en canchas de tierra y piedra, porque lo importante no es el piso, o si hay agua caliente en el vestuario, las mejoras en la infraestructura colaboran, por supuesto, pero lo más importante es el lazo que se forma, el amor amateur hacia el grupo y los colores.
En tiempos de cuarentena, eso es lo que más se extraña, ser parte de ese grupo que me acepta con mis limitaciones y donde pertenezco. Hoy estamos es un desafío mucho más grande, porque PERTENECEMOS a una selección nacional y nuestros sacrificios, ayudarán al país, si nos cuidamos estamos cuidando a los demás, preservando a la salud de todos. Esto puede ser mucho más duro que descender, (y los que conocemos el descenso sabemos lo que duele) pero si ponemos esa constancia y amor que nos empuja a seguir cuando jugamos a la pelota, vamos a poder volver, volver a abrazarnos en un grito de gol de esos que se hacen en un clásico en tiempo de descuento.
#yomequedoencasa
Ph: cronista.com
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